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  • 29 Octubre, 2020
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Reflexiones sobre las Tesis doctorales en el ámbito lilloano

BARQUEZ

Dr. Rubén Bárquez

Aunque una tesis doctoral es un tema universal y de larga data, en esta oportunidad, atendiendo a un pedido formulado por nuestro Secretario de Posgrado, Pablo Sesma, sobre una reflexión u opinión de lo que espero de una tesis doctoral, me parece más oportuno comentarles mi visión y experiencia sobre el tema, dentro la “comunidad lilloana” desde las épocas en que me incorporé a la misma, allá por los años 1970.

Para introducirme en la cuestión, y de manera anecdótica, recuerdo que hace unos 10 años caminaba por unas calles de la ciudad de Mendoza (regresando de un largo día de escuchar ponencias en un congreso) charlando con un estudiante de doctorado de la Universidad Nacional de Córdoba. El estudiante estaba ya en la etapa final de doctorado, cercano a la defensa; se me ocurrió exponerle mi opinión sobre la tesis y le dije: “La tesis doctoral es el trabajo más importante de la vida de un biólogo”, así con esa contundencia mía para expresar ideas…. para mi sorpresa el joven me miró de una manera extraña, que exteriorizaba poco convencimiento sobre lo que yo acababa de expresar. Me quedé pensando que esa reacción podría haber sido consecuencia de un cambio generacional…. pero mas tarde pensé, que quizás hayan sido muchos otros factores.

Esto me instaló la idea de que una tesis no debería, necesariamente, ser igual en todas partes, ni en otras épocas, y que seguramente no debía serlo en diferentes instituciones, provincias o países, sino que podría ser variable según las circunstancias.

Fue inevitable transportarme mentalmente a mis tiempos de estudiante y reconocer que para entonces no existía en mí, y pienso que en ninguno de mis compañeros y compañeras, un propósito para que nuestras vidas académicas culminaran en la obtención de un título de doctorado. Haciendo un recuento rápido, y sin estadísticas formales de por medio, casi puedo decir que el 90 %, o más, de quienes ingresamos al Lillo en mi promoción, los de unas cuantas promociones siguientes, y acaso casi el total de los ingresantes anteriores, no han alcanzado el doctorado. En el Lillo, ser “Doctor en Biología” en aquellos tiempos no representaba un anhelo generalizado del estudiantado, era algo poco viable, casi selectivo, y hasta quizás restringido a unos pocos.

Tampoco existía una carrera doctoral organizada de manera tal que un alumno pudiera aspirar a ello como un camino a seguir. Así fue que el espejo donde reflejarnos eran esencialmente algunos profesores “Doctores”, cuyos orígenes académicos no eran en su mayoría “lilloanos”, sino procedentes de otras latitudes, o países, donde doctorarse era una parte intrínseca de sus carreras; y por una casualidad en sus vidas, estos Doctores llegaron a ser docentes en el Lillo.

Tuve la suerte de acercarme, por pura curiosidad e inquietud personal, al Dr. Claes Olrog, profesor de Zoogeografía y más tarde de otras materias especiales. Olrog era un ornitólogo de origen sueco, pero entonces curador de la colección de mamíferos, y tenía una intensa actividad de campo estudiando aves y pequeños mamíferos, principalmente de la Argentina. Casi al mismo tiempo, en 1972, conocimos a Michael A. Mares, quien llega al Lillo para dictar la materia Ecología, que se encontraba acéfala por fallecimiento del profesor anterior. Mares era en ese momento un joven biólogo estadounidense que se encontraba en Argentina realizando investigaciones de campo para escribir su doctorado para la Universidad de New Mexico, EEUU. Su fortuita presencia en Tucumán se alineó con la imagen que generaba Claes Olrog en algunos estudiantes, y ese año unos cuantos de alumnos comenzamos a conocer de cerca lo que significaba desarrollar investigaciones biológicas a campo, su importancia y su poetencial académico.

Con el dictado de Ecología, Mares introduce en los alumnos y alumnas cursantes el tema de la importancia de hacer un doctorado; comenzamos a salir al campo con él, incluso con sus clases de Ecología, en viajes de varios días destinados a investigar la naturaleza en directo, y conociendo los variados ambientes naturales del noroeste de Argentina.

Comienza así a generarse un diálogo novedoso entre los compañeros y compañeras y también con algunos de los profesores, llevándonos a entender que nuestras carreras tenían un horizonte más allá de las aspiraciones limitadas que nos motivaron para ingresar y estudiar Biología, y que ese horizonte podria alcanzarse si lográbamos acercarnos a alguno de los puntos donde nuestros docentes realizaban sus investigaciones, e intentar unirnos a ello. Estos puntos eran fundamentalmente las colecciones sistemáticas y los laboratorios, no solamente las aulas. Entonces advertimos que la Facultad, como organismo de docencia e investigación, estaba bastante aislada de las colecciones, las que constituían y constituyen, una fuente imprescindible para ejecutar estudios que permitan concretar la idea de realizar aportes destacados al conocimiento. Este es, a mi modo de ver, un tema aún pendiente, aunque se ha avanzado desde mis tiempos de estudiante hasta el presente; mucho tiene que ver el mensaje que los docentes exponen en sus clases, y la apertura que éstos desplieguen hacia el estudiantado que pueda estar interesado en incursionar en estudios superiores.

Mediante diálogos y vivencias con aquellos profesores fui incorporando la idea que hacer una Tesis Doctoral debía ser un objetivo para mi vida académica (algo que no tenía incorporado hasta entonces); también comencé a entender que un doctorado significaba hacer un tipo de investigación que contituya un “Aporte significativo a la Ciencia”. Aunque lo “significativo” es aún objeto de discusión, nuestra línea investigativa principal estaba vinculada con estudios desarrollados en el campo, y en ese sentido cualquier investigación realizada podía potencialmente generar resultados novedosos, desde incrementar el conocimiento sobre la fauna de una región determinada, como realizar revisiones sistemáticas o taxonómicas de algún grupo en particular que permitan aclarar incógnitas existentes hasta ese momento.

Prácticamente nada se conocía entonces sobre la fauna de mamíferos de la Argentina, apenas algunos listados generales. Cada viaje de campo resultaba en la aparición de una especie nueva para la Argentina, o para la ciencia. Estos resultados nos imponían la necesidad metodológica de planificar los muestreos, sistematizarlos, para que permitan llenar huecos del conocimiento. Era una necesidad conocer cuáles eran las especies que habitaban en cada provincia, en cada región del país, conocer sobre su biología, su historia natural, y a la vez con esa información aportar a la legislación que permitiría un mejor manejo y conservación de las especies.

Elegir un tema de investigación para hacer un doctorado, en mi caso y en el caso de la mayoría de los estudiantes que se han formado en el entorno de mi grupo de estudios, no ha sido una imposición académica, sino una paciente labor de orientar al estudiante hacia encontrar un tema que sea de su interés personal (aunque preferentemente dentro de la temática general del grupo de investigaciones), que sea posible de realizar ante una eventual limitación de recursos y que sea capaz de desarrollar con pasión y entusiasmo. Algo así como ayudarles a encontrar una “verdadera vocación” o a iniciarles en un camino hacia ello. Esto es contrario a imponerles un tema que forme parte de un proyecto del investigador principal. El objetivo es fomentar vocaciones y abrir nuevas líneas investigativas, preferentemente.

Trabajar en el ámbito de una de las colecciones científicas del Instituto Lillo, le agregaba al tema un condimento especial, la ventaja de contar con materiales a disposición, esperando para ser estudiados. En ese sentido la Colección Mamíferos Lillo (CML) fue un centro de base para el desarrollo de tesinas y tesis doctorales para muchos estudiantes, como también lo han sido otras colecciones, como la de ornitología, entomología, palentología o herpetología. Sin embargo, en mis tiempos de estudiante el acceso a esas colecciones no era algo conocido por el estudiantado, ni formaba parte de las capacitaciones formales de los planes de estudio, y recién pudimos acceder a visitarlas gracias a las vinculaciones personales alcanzadas con el profesor Olrog.

Lo mismo para otras colecciones, donde docentes doctores como Raymond Laurent, José Bonaparte y Abraham Willink, pusieron las colecciones dirigidas por ellos (Herpetología, Paleontología y Entomología, respectivamente) a disposición de los estudiantes para que desarrollen investigaciones que podrían, eventualmente, concluir en Tesis Doctorales. Estas actitudes se vieron más adelante reforzadas y continuadas por sus discípulos. Esto ha generado lo que en mi opinión ha sido un cambio generacional radical en la vida lilloana, causando un cúmulo de nuevos estudiantes con aspiraciones a terminar sus tesis doctorales. En este punto la vinculación docencia-investigación de los planes de estudio era un bastante débil en aquellos años, y aún hoy requiere más atención, especialmente porque nuestra carrera de Biología, está estrechamente vinculada al conocimiento que surge de las colecciones y a su vez las colecciones se retroalimentan con los resultados de quienes desarrollan sus investigaciones desde la universidad.

En aquellos tiempos, años 1960 y 1970, las posibilidades de obtener becas para llevar a cabo una tesis doctoral eran limitadas. Hacer una tesis era, entonces, más bien una determinación personal, que podria quizás concretarse bajo el estímulo, amparo y apoyo de un profesor, o en el ámbito de una cátedra o de una sección, pero fundamentalmente con el aporte de fondos y tiempos personales. Por los años 1970 y profundizado por el transcurrir de tiempos de conflictos políticos y una dictadura desde 1976, acceder a una beca CONICET para hacer un doctorado era algo destinado a un grupo muy reducido de estudiantes. Personalmente fui “desestimulado” a presentarme al CONICET bajo el comentario de algún profesor que nos hacía notar que eso era algo “muy difícil”, casi como que ni valía la pena perder tiempo en el intento. La llegada de Mares, opuesto a esta posición, nos trajo la oportunidad de acceder a otro tipo de becas, en el exterior, que no necesariamente eran para hacer doctorados, pero si para capacitarse al lado de investigadores de vanguardia. Y así fui entendiendo que hacer una tesis era importante, pero también que no debía esperar apoyos externos para lograrlo. Solamente dependía de la decisión personal de hacerlo y de las posibilidades que tuviera para disponer de recursos propios y tiempo para hacer las investigaciones; luego buscar apoyos de diferentes fuentes.

Con el retorno de la democracia en 1983 ese panorama de empobrecimiento académico comienza a revertirse y se abren posibilidades para ingresar a la Carrera del Investigador como salida laboral para los biólogos, y la oferta de becas para que los estudiantes puedan desarrollar investigaciones conducentes al título máximo. En esos tiempos las condiciones para ingresar a la CIC (Carrera del Investigador Científico) no incluían, como requisito imperativo, el ser doctor. Y así fue que algunos colegas, y yo mismo, pudimos ingresar al sistema de investigación científica más relevante de la Argentina, sin tener un doctorado. Sin embargo, poco tiempo después del ingreso y ya como mensaje tras la aprobación de mi primer informe, las comisiones evaluadoras comenzaron a “recomendarme” terminar una tesis doctoral. Ya me había iniciado en ese camino y el ingreso a la CIC vino a brindarme apoyo para que mis estudios previos pudieran concretarse en una tesis doctoral. Desde entonces comencé a acercarme a los estudiantes y fomentar en ellos la importancia de seguir ese camino. Para entonces el Lillo ya había comenzado a recibir generaciones más jóvenes que eran estimuladas por sus profesores a encaminar sus esfuerzos para doctorarse y adquirir más posibilidades de alcanzar una posición laboral para toda su vida. Las becas comenzaron y fueron “in crescendo” hasta los tiempos actuales y hoy son miles de estudiantes desarrollando tesis doctorales en la Argentina, con apoyo de becas financiadas por el Estado Nacional, lo que ha generado innumerables acciones que favorecen el desarrollo del conocimiento, la creación de sociedades científicas, y el fortalecimiento de valores nacionales de ciencia y tecnología, incluyendo variadas excepciones, como es parte de la vida. 

Hoy, aspirar a una beca para hacer un doctorado se ha transformado en un objetivo de muchos estudiantes, y así las recomendaciones para lograrlo comienzan a activarse desde los últimos años de sus carreras. Se les aconseja ser buenos estudiantes y alcanzar promedios altos, de manera que tengan posibilidades de competir y adquirir una beca doctoral. Las exigencias del sistema comienzan a ser mayores y los cuerpos evaluadores más exigentes. Además, la cantidad de postulantes también incrementa año a año, de modo que alcanzar más antecedentes que les permita competir por ese beneficio se transforma en una finalidad.

Sin embargo, para responder a la pregunta original, y tan simple, como qué es lo que yo espero de una Tesis Doctoral, debo responder que sigo manteniendo viva mi postura sobre lo que una Tesis Doctoral significa, aunque reconociendo que esa impresión está sesgada por mis propias experiencias y por las acciones que se desarrollan desde mi equipo de investigaciones, hacia los doctorandos.

En primer lugar, el planteo de desarrollar una investigación doctoral, debe garantizar que el estudiante esté convencido que desea sumergirse en ese proyecto. Eso evita frustraciones futuras o abandonos a la mitad del camino…..En consecuencia, la elección del tema puede ser “sugerida” por el “Director”, pero también puede ser propuesta por el estudiante tras haber encontrado una temática de interés, luego de un tiempo de coexistencia académica con su futuro director y con el grupo de trabajo. Para mi punto de vista la imposición de un tema no es recomendable porque el estudiante no alcanza a sentir que le es propio. Si el profesor orienta la temática, el estudiante deberá dar muestras de interés por él mismo y comenzará el proceso de informarse para plantear la investigación con excelencia. Es siempre deseable que la relación con el Director sea fluida y de extrema confianza, ya que, de no existir ese sano vínculo, el avance de los estudios puede verse afectado, dificultando el intercambio de ideas y el diálogo. 

La tesis doctoral es, entonces, el trabajo más importante de la vida de un biólogo. No lo es por el impacto que pudiera tener en el conocimiento únicamente, sino por todo el fundamento que conlleva el proceso de hacerla. Representa un proyecto que, de ser desarrollado proveen al doctorando de una serie de herramientas y habilidades que le permiten continuar por un camino independiente dentro de la ciencia. Una tesis no es una monografía, pero debe contener una revisión y resumir el conocimiento actual sobre el tema que se estudia para luego explicar su aporte. Esto implica un proceso de información importante del doctorando, revisar literatura, conocer las líneas de pensamiento vigentes, las cuestiones que deben ser analizadas, discutidas y/o modificadas. Todo el proceso de experimentaciones, viajes de campaña, obtención de datos, su organización y análisis, forman parte de un largo proceso de experiencias que sin dudas serán parte de la historia de vida del doctorando. Luego la etapa de la escritura de los resultados, el modo de hacerlo, la elección del formato, el porque de ese formato y no otro, deben estar basados en los estándares vigentes para la publicación de artículos científicos. Estos procesos son variables en el tiempo que transcurre entre iniciar la tesis y el día de la defensa. Una tesis doctoral debe ser un trabajo inédito que haga aportes destacables al conocimiento del tema tratado y en lo posible deben ser publicados, una tarea que deberían garantizar las universidades, para evitar que los resultados inéditos se pierdan en el terreno de lo burocrático-administrativo. El doctorado no es garantía de salida laboral pero hoy, sin doctorado, la salida laboral queda más lejos.

Así las tesis doctorales actuales dejaron de ser como emblemas de “estatus académico” para transformarse en una especie de un requisito irremediable para seguir en el sistema. Reflexionando sobre esta historia, casi pude entender entonces, la cara de sorpresa del estudiante que se atrevió a caminar conmigo en Mendoza, escuchando mis divagaciones anticuadas…..