A los 6 años apareció en casa una guitarra de estudio, y no pasó mucho tiempo hasta que fue un profesor a tratar de enseñarme a tocarla. Esta guitarra era casi de mi tamaño por lo que hasta sentarme con ella era toda una odisea. En ese momento en verdad no aprendí a tocarla pero si a sentirla vibrar en mi pecho con cada rasguido, lo que me llevo a seguir estudiándola solo y posteriormente con ayuda de algún otro profe. A los 15 años, fue con el “Chango Paliza, cantante de Los Tucu Tucu y maestro de guitarra, que subí a un escenario por primera vez para mostrar lo que hacía. Mescla rara de sensaciones, nervios, miedo, excitación y alegría, todo conjugado para alcanzar uno de esos momentos que no se te olvidan más en la vida.
Más adelante y ya convencido de que esos juegos de niño representaban quien era hoy, ingrese en el Lillo para cursar la carrera de Licenciatura en Cs. Biológicas con orientación Zoología. Durante el cursado me acerqué primero al laboratorio de malacología (estudio de moluscos) y luego al de Ictiología (estudio de peces) para empezar a introducirme en lo que sería mi especialidad. Los espacios que quedaban vacíos entre parciales y finales y viendo bichos, los llenaba con canciones de mi guitarra. Ya recibido de Licenciado, y empezando mi doctorado sobre ecología de peces también en el Lillo gracias a una beca de CONICET, forme parte de una banda integrada, entre otros, por alumnos del lillo llamada “Ad Hoc”. Junto a esta banda, en la que tocábamos principalmente reggae (Bob Marley, Sumo, y por supuesto temas propios de la banda), nos presentamos en varios escenarios y realizamos incluso una pequeña gira hacia el Norte, donde tocamos con la banda La Yugular en la presentación de su disco y en distintas partes de Jujuy incluyendo Tilcara.
Luego tuve que abandonar esta banda debido a que estaba finalizando mi doctorado y el tiempo disponible para ella era cada vez menor, aunque mi guitarra, mi fiel compañera, estaba siempre presente. Ya doctorado, y como becario postdoctoral de CONICET formé, junto a amigos, otra banda llamada Betacoroteno con quienes nos juntábamos los viernes, y la música pasó a convertirse en ese cable a tierra necesario para despejar la cabeza luego de una semana de trabajo.
Actualmente soy Investigador de CONICET y JTP en la Fundación Miguel Lillo y además estoy una banda llamada Dionisia Sulfúrica donde tocamos reggae, rock y funk, combinando estas dos pasiones que tuve desde niño. A pesar de parecer dos cosas separadas, la ciencia y arte tienen mucho en común. Según Sabrina Gil del Grupo de investigación Literatura y cultura latinoamericanas del Centro de Letras Hispanoamericanas (CELEHIS) de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP), tanto el arte como la ciencia parten de un mismo estímulo: la curiosidad y el asombro, lo que supone “ver con extrañeza” (admitiendo que no se conoce) alguna dimensión o segmento de aquello que está naturalizado. Ambas generan una fisura en la superficie de la “realidad” y, en cierta forma, detienen su curso para interrogarla, pero lo hacen de diverso modo y con diversos propósitos. Allí donde la ciencia intenta comprender, saciando la curiosidad inicial y produciendo respuestas sobre las que se formulen nuevos problemas, el arte arroja preguntas sin respuestas y multiplica el asombro trasladándolo a los/as otros/as. En ambas prácticas hay una base poderosa de imaginación, sólo que se despliega en terrenos distintos, el del esclarecimiento en un caso y el de la ambigüedad en otro. Cuando los/as científicos miran “extrañados” algún segmento del mundo, imaginan problemas, posibles respuestas, inventan métodos y caminos para resolverlos, crean objetos de estudio donde otros ven elementos conocidos, etc. La imaginación, la invención, la creatividad son marcas inseparables de la producción científica. Así como la interrogación y la voluntad de conocer y comprender atraviesan la práctica artística.