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  • 27 Junio, 2021
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AL CAMBIAR DE SIGLO

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Por Mónica Díaz

Entrando al nuevo siglo, iniciando el año 2000, todo cambió en mi vida y después de cinco años de becas del CONICET, quedaba fuera del sistema, sin obtener la beca postdoctoral, a pesar de haber hecho todo lo que se suponía que una becaria debía hacer: terminar su doctorado en tiempo y forma y publicar los resultados. Justamente en esa época, cuando un ministro mandaba a los investigadores a lavar platos, ingresar al CONICET era una tarea titánica reservada para unos pocos elegidos. Así fui contratada por el Sam Noble Oklahoma Museum of Natural History para trabajar con los Dres. Michael Mares y Janet Braun. En un principio el trabajo se desarrollaba aquí, recorriendo museos para estudiar los mamíferos de la Argentina, ya que el postgrado ofrecido era para escribir un libro sobre los mamíferos del país incluyendo los datos obtenidos en museos y en investigaciones de campo. Luego de un año en esa situación pidieron mi traslado para vivir a los Estados Unidos. Si bien antes, durante mi doctorado pude viajar a los EEUU, para entonces el pensar en vivir allá era todo un reto, pero decidí aceptar.

Mi trabajo se desarrollaba en el museo, y para hacerlo tuve que llenar papeles y papeles para la Universidad de Oklahoma incluyendo la visa de trabajo; mi primera sorpresa al completar esos formularios fue tener que identificarme con una raza a la que pertenecía, una situación que me impresionó muchísimo, y en la cual las opciones eran: blanca, hispana, brasilera, oriental, afroamericana. Advertí entonces que ya desde la primera pregunta de ese formulario, pasaba a ser parte de una minoría encasillada. El museo donde trabajaba se ubica en Norman, una pequeña ciudad del Estado de Oklahoma, muy conservadora y llena de iglesias. Lo que pude rescatar de tantas iglesias fue que en muchas de ellas se dictaban cursos gratis de inglés, “English the second language” lo que me permitió, además de mejorar mi inglés, conocer a gente de todo el mundo. El pueblo prácticamente no tenía transporte urbano, de modo que me movilizaba caminando al principio y luego en bicicleta pero, cuando comenzaron el frío y las nevadas, volví a las caminatas. Recuerdo que al caminar un día desde el museo a mi casa, como sería mi aspecto y lo raro de ver a alguien caminando (todos tienen autos), que una señora se detuvo y me ofreció llevarme. Esta zona del país se caracteriza por los tornados, por lo que los vientos son constantes, de manera que también aprendí a diferenciar entre una brisa y un viento real.

El museo era impresionante, recién construido, súper moderno. Había trabajando antes en el antiguo museo que era nada más que una vieja caballeriza adaptada y me impactó la diferencia. Apenas llegada al nuevo museo me entregaron una identificación y una tarjeta, que me permitían entrar el día y a la hora que quisiera, con acceso a los lugares para los que me habían autorizado ingresar para desarrollar mi trabajo, el área de mastozoología, la colección de mamíferos y las oficinas comunes al resto del personal. El acceso a los elementos necesarios para desarrollar los trabajos eran novedosos para mí, y si necesitaba tóner para la impresora, hojas, cuadernos, lápices, o lo que fuera para mi trabajo, simplemente podía tomarlas de una oficina de acceso abierto y que parecía una librería, donde había todo lo que pudiéramos necesitar. Todo el personal ingresaba a trabajar muy temprano y las seis de la tarde el museo era un desierto. Durante los horarios de trabajo en general los pasillos estaban vacíos, ya que las personas estaban en sus oficinas y laboratorios, y solo se juntaban algunos grupos para almorzar al mediodía. La disciplina de trabajo era sorprendente y ponen las relaciones sociales en segundo plano, a pesar de lo cual pude hacer algunas amistades que duran hasta el día de hoy y con las que compartí la fiesta de Halloween y el fútbol americano, esta última toda una nueva experiencia.

Casi recién llegada a los Estados Unidos me toco viví el atentado de las torres gemelas, lo que fue muy traumático, y pude experimentar en carne propia el cambio de seguridad de la vida normal y de los aeropuertos, ya que a pocos días de ese atentado debí viajar a Washington y Chicago para estudiar las colecciones en los museos. Un viaje en avión resultaba estresante ya que revisaban a cada persona de manera individual y sus equipajes de manera muy detallada. Las ciudades se llenaron de cemento alrededor de los edificios públicos y monumentos.

La vida general en los Estados Unidos es muy distinta a la nuestra, su idiosincrasia es diferente, la gente es mas individualista y algo fría comparada con los latinos, aunque son muy amables. Sin embargo, el estar ahí me permitió conocer a muchas personas de mi profesión y aprender cosas que me hicieron crecer académicamente; además, ese trabajo fue la plataforma para trabajar en relación con los Estados Unidos, pero en la selva Amazónica de Perú durante cuatro años, una combinación ideal, aunque esa es otra historia que finaliza el día que pude regresar a la Argentina como científica repatriada, ingresando como investigadora del CONICET, ya había otro gobierno con otra política para la ciencia en el país.

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